Provincia de MaeHongSon en el Noroeste de Tailandia, a escasos kilómetros de la frontera con Birmania |
Una curva tras otra. Sin
perdón.
Apenas llevo recorridos dos
tercios de la distancia total que separa mi origen de mi destino, que
curiosamente, se mide en curvas. Dos tercios de las 1864 curvas. Camino
escarpado en la región más montañosa del país.
La pesadez de la ruta, la luz
agresiva propia de las alturas y las picaduras de insectos sin identificar en
ambos brazos solo invitan a la pausa. Un pequeño valle con una recta que parece
la autopista hacia el paraíso se antoja el lugar ideal. Reduzco velocidad y me
desvío en una suerte de vereda donde hay aparcados un par de vehículos.
Como cada uno de los valles
en esta región del mundo, los arrozales son el fondo de toda escena pictórica.
Y no hay arrozales sin campesinos. La mañana promete.
Pantalones cargo beige,
camiseta negra, pañuelo marrón en el cuello, cámara al hombro y todos los
relatos de Livingstone, Kipling y Shackelton como estandarte. ¿Quién más sino
yo podría encontrarse en un lugar tan especial?
La temporada de cosecha toca
a su fin y casi todos los bancales ya están vacíos. Las pajas amarillentas
junto con el barro seco y cuarteado contrastan perfectamente con el verde
frondoso de los bosques que envuelven todas las colinas que conforman la
hondonada. Grupos de campesinos se agolpan en pequeños cobertizos para protegerse
del sol que atiza sin piedad y, ocultos en la sombra, observan cada uno de los
pasos que doy por los resbaladizos senderos que separan los arrozales. El canto
de las cigarras se conforma como sonido de fondo interrumpido de vez en cuando
por el ruido de algún coche que atraviesa a gran velocidad la única recta de la
ruta en muchos kilómetros.
Algunas nubes grises de
tormenta se agrupan en la línea del horizonte dejando que todo el centro de la
bóveda celeste luzca el azul profundo característico de las zonas de alta
montaña. El sol aprieta con fuerza creando un generoso contraste. Un labriego
que se desplaza de un cobertizo a otro con azada al hombro es el toque que
cierra la instantánea.
Algo más de dos minutos de
espera hasta que el aldeano se encuentra a la altura perfecta para conformar el
paisaje y…¡el disparo perfecto!(para publicar en revistas de viaje,
entiéndase).
De vuelta al coche me
encuentro de frente con una campesina en el centro de uno de los sembrados. Tiene
su hoz en una mano y en la otra un haz de arroz recién cortado, pero su postura
no es de trabajo. Su pose hierática solo me recuerda a un espantapájaros.
Entonces las palabras esperadas: Photo!
En ese momento intento
visualizar el disparo, pero no lo veo.
Ella está en el bancal y yo me
encuentro a la altura del sendero. El plano picado hará que ella sea aún más
vulnerable.
Ella está situada justo entre
el cobertizo y la cámara. El encuadre será pésimo.
Ella viste sombrero y el sol
está a su espalda. La iluminación no podrá ser peor.
Ella trata de mantener una
postura fotogénica pero en el fondo de la imagen solo se pueden ver cables de
alta tensión, vehículos y un sinfín de banderas que recuerdan la sede de la ONU
en Ginebra. No veo el disparo.
Intento moverme rápidamente.
Bajo al arrozal para corregir la perspectiva, me desplazo lateralmente para
desacoplar el sujeto y el fondo e incluso se me pasa por la cabeza colocar el
flash en la cámara para iluminar correctamente. Todo esto en un movimiento de
apenas dos segundos. La modelo da un respingo y en ese momento me doy cuenta
que ni tan siquiera merece la pena fotografiar la escena. Pero lo hago. Ella
está allí para eso.
Inmediatamente después de oír
el ruido del obturador se produce el milagro de la fotografía. Ella suelta el
zarpado de paja que tiene en la mano izquierda y realiza el gesto internacional
del dedo pulgar frotado enérgicamente contra el índice y el corazón. Era de
esperar.
Yo le pago con un billete de
20 que ella mira con incredulidad. La misma tarde investigo el salario recibido
por un jornalero en la zona y resulta no ser más que 40 o 50 por diez horas de
trabajo. En ese momento no acierto a entender el gesto de desprecio de la
campesina al recibir su billete. ¡Medio jornal por menos de diez segundos!
Ningún campesino que se
respete hubiese aceptado dinero, al igual que ningún fotógrafo que se respete
hubiese accedido a pagar por ello.
Prosigo mi camino. Una curva
tras otra. Sin perdón.