viernes, 28 de diciembre de 2012

Desvío


Provincia de MaeHongSon en el Noroeste de Tailandia, a escasos kilómetros de la frontera con Birmania
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Una curva tras otra. Sin perdón.

Apenas llevo recorridos dos tercios de la distancia total que separa mi origen de mi destino, que curiosamente, se mide en curvas. Dos tercios de las 1864 curvas. Camino escarpado en la región más montañosa del país.

La pesadez de la ruta, la luz agresiva propia de las alturas y las picaduras de insectos sin identificar en ambos brazos solo invitan a la pausa. Un pequeño valle con una recta que parece la autopista hacia el paraíso se antoja el lugar ideal. Reduzco velocidad y me desvío en una suerte de vereda donde hay aparcados un par de vehículos.

Como cada uno de los valles en esta región del mundo, los arrozales son el fondo de toda escena pictórica. Y no hay arrozales sin campesinos. La mañana promete.

Pantalones cargo beige, camiseta negra, pañuelo marrón en el cuello, cámara al hombro y todos los relatos de Livingstone, Kipling y Shackelton como estandarte. ¿Quién más sino yo podría encontrarse en un lugar tan especial?

La temporada de cosecha toca a su fin y casi todos los bancales ya están vacíos. Las pajas amarillentas junto con el barro seco y cuarteado contrastan perfectamente con el verde frondoso de los bosques que envuelven todas las colinas que conforman la hondonada. Grupos de campesinos se agolpan en pequeños cobertizos para protegerse del sol que atiza sin piedad y, ocultos en la sombra, observan cada uno de los pasos que doy por los resbaladizos senderos que separan los arrozales. El canto de las cigarras se conforma como sonido de fondo interrumpido de vez en cuando por el ruido de algún coche que atraviesa a gran velocidad la única recta de la ruta en muchos kilómetros.

Algunas nubes grises de tormenta se agrupan en la línea del horizonte dejando que todo el centro de la bóveda celeste luzca el azul profundo característico de las zonas de alta montaña. El sol aprieta con fuerza creando un generoso contraste. Un labriego que se desplaza de un cobertizo a otro con azada al hombro es el toque que cierra la instantánea.

Algo más de dos minutos de espera hasta que el aldeano se encuentra a la altura perfecta para conformar el paisaje y…¡el disparo perfecto!(para publicar en revistas de viaje, entiéndase).

De vuelta al coche me encuentro de frente con una campesina en el centro de uno de los sembrados. Tiene su hoz en una mano y en la otra un haz de arroz recién cortado, pero su postura no es de trabajo. Su pose hierática solo me recuerda a un espantapájaros. Entonces las palabras esperadas: Photo!

En ese momento intento visualizar el disparo, pero no lo veo.

Ella está en el bancal y yo me encuentro a la altura del sendero. El plano picado hará que ella sea aún más vulnerable.

Ella está situada justo entre el cobertizo y la cámara. El encuadre será pésimo.

Ella viste sombrero y el sol está a su espalda. La iluminación no podrá ser peor.

Ella trata de mantener una postura fotogénica pero en el fondo de la imagen solo se pueden ver cables de alta tensión, vehículos y un sinfín de banderas que recuerdan la sede de la ONU en Ginebra. No veo el disparo.

Intento moverme rápidamente. Bajo al arrozal para corregir la perspectiva, me desplazo lateralmente para desacoplar el sujeto y el fondo e incluso se me pasa por la cabeza colocar el flash en la cámara para iluminar correctamente. Todo esto en un movimiento de apenas dos segundos. La modelo da un respingo y en ese momento me doy cuenta que ni tan siquiera merece la pena fotografiar la escena. Pero lo hago. Ella está allí para eso.

Inmediatamente después de oír el ruido del obturador se produce el milagro de la fotografía. Ella suelta el zarpado de paja que tiene en la mano izquierda y realiza el gesto internacional del dedo pulgar frotado enérgicamente contra el índice y el corazón. Era de esperar.

Yo le pago con un billete de 20 que ella mira con incredulidad. La misma tarde investigo el salario recibido por un jornalero en la zona y resulta no ser más que 40 o 50 por diez horas de trabajo. En ese momento no acierto a entender el gesto de desprecio de la campesina al recibir su billete. ¡Medio jornal por menos de diez segundos!

Ningún campesino que se respete hubiese aceptado dinero, al igual que ningún fotógrafo que se respete hubiese accedido a pagar por ello.

Prosigo mi camino. Una curva tras otra. Sin perdón.