viernes, 11 de enero de 2013
Iluminados
Autobús de Udon Thani a Chiang Mai, 01:02:42. |
Es de noche y apenas hay tráfico. El autobús avanza pesadamente y desde las filas del fondo del vehículo -a duras penas- se percibe la luz de los focos que iluminan el asfalto con cansancio.
En el interior del autocar reina la oscuridad más absoluta.
No existen luces de seguridad o de emergencia, con lo cual, solo las fugaces
estelas de los coches que se cruzan en la ruta otorgan temporalmente un poco de
sentido a la situación.
El rugido del motor diesel absorbe los ronquidos que
escapan de las bocas entreabiertas de algunos pasajeros.
En los últimos asientos del bus cada bache en la
carretera es un viaje en si mismo. La suspensión no es nueva, precisamente, y
es posible que no se haya sometido a demasiados controles. A esto se le puede
sumar la tobera abierta -si o si- de aire acondicionado enfocada directamente a
la cabeza obteniendo como resultado una imagen propia de un gran éxito de
A.C.D.C.
Pero de pronto, se obra el milagro. Una luz en la
oscuridad. Una conversación en la soledad. Una llamada en la noche.
La luz de la pequeña pantalla, pese a ser tenue,
ilumina una sonrisa en la cara del afortunado.
Durante un buen rato el pasajero mantiene una charla de mensajes con su
contacto. Todo un detalle por su parte pues mantiene el silencio reinante
dentro de la cabina.
La escena no resulta extraña en absoluto. Ya estamos
acostumbrados de tal modo a la telefonía móvil que lo realmente extraño sería
viajar de noche en un autobús de 54 plazas donde durante más de media hora
nadie consultase su terminal.
La gente ya no usa despertador. La alarma del móvil en
la mesilla es suficiente y, ya de paso, la consulta de la pequeña pantalla se
puede hacer nada más abrir los ojos.
La gente ya no usa guías de viaje. Con un teléfono se
puede acceder a toda la información y, ya de paso, poner verde en un comentario
en internet al hotel, medio de transporte o restaurante visitado cinco minutos
después de haberlo abandonado (como si todos tuviésemos que tener forzosamente
los mismos gustos y seguir estos comentarios como nuestra guía vital).
La gente ya no usa cámaras de fotos. Con el móvil pueden
hacer cualquier instantánea y, ya de paso, compartirla en el mismo momento en
las redes sociales sin considerar los riesgos y perjuicios que ello conlleva atraídos por el ineludible
egocentrismo del creador.
La gente ya no se reserva nada. En lugar de eso
utiliza el teléfono para comunicar en todo momento lo que hace, cómo lo hace y
con quién lo hace, de manera que cuando se encuentra con sus conocidos cara a
cara ya no tiene nada que contar.
Si, yo también tengo un teléfono inteligente (dejemos
lo de smartphone para los
anglófonos). Yo también me despierto con el ojo puesto en él. Yo también he
colgado la brújula y ahora me muevo con la aplicación de mapas de google. Yo
también me auto idolatro fotográficamente con el móvil. Y no, yo todas mis
verdaderas historias me las guardo para explicároslas cara a cara.
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